1. En una ciudad árabe con más de un millón de habitantes, sin industria, sin puerto y con un clima semidesértico poco agraciado para la agricultura y la ganadería es difícil convertirse en ese tipo de turista que se mezcla entre la población y pasa inadvertido: las hordas de visitantes que las compañías aéreas de bajo coste inyectan en Marrakech son la principal y casi única fuente de ingresos de sus habitantes, y éstos se lanzan a exprimirla sin pudor. En el turismo a la europea, la tendencia natural es callejear por las tiendas, visitar los lugares, y detenerse en algo que atrape el interés. Lo que choca de frente con el planteamiento de los marraquechíes, que parten de la premisa de que al turista le interesa todo aunque él no lo sepa. Pasear por el casco histórico consiste, esencialmente, en esquivar a vendedores de ropa o alhajas, ser increpado por media docena de escanciadores de zumo de naranja a la vez, quitarte de encima los monos y serpientes que los buscafotos te echan encima, repetir media docena de veces en cada zoco o palacio que no necesitas un guía, y desprenderte de las tatuadoras de henna que tratan de pararte tirándote de las mangas, con la esperanza de que quizá, aunque hayas pasado por delante de su puesto y lo hayas visto, quieras un tatuaje pero no habías reparado en ello.
sábado, 8 de octubre de 2011
Diez postales desde Marrakech
1. En una ciudad árabe con más de un millón de habitantes, sin industria, sin puerto y con un clima semidesértico poco agraciado para la agricultura y la ganadería es difícil convertirse en ese tipo de turista que se mezcla entre la población y pasa inadvertido: las hordas de visitantes que las compañías aéreas de bajo coste inyectan en Marrakech son la principal y casi única fuente de ingresos de sus habitantes, y éstos se lanzan a exprimirla sin pudor. En el turismo a la europea, la tendencia natural es callejear por las tiendas, visitar los lugares, y detenerse en algo que atrape el interés. Lo que choca de frente con el planteamiento de los marraquechíes, que parten de la premisa de que al turista le interesa todo aunque él no lo sepa. Pasear por el casco histórico consiste, esencialmente, en esquivar a vendedores de ropa o alhajas, ser increpado por media docena de escanciadores de zumo de naranja a la vez, quitarte de encima los monos y serpientes que los buscafotos te echan encima, repetir media docena de veces en cada zoco o palacio que no necesitas un guía, y desprenderte de las tatuadoras de henna que tratan de pararte tirándote de las mangas, con la esperanza de que quizá, aunque hayas pasado por delante de su puesto y lo hayas visto, quieras un tatuaje pero no habías reparado en ello.
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