Una intervención por tierra en un país como Yemen es imposible. Y un ataque con bombarderos, demasiado arriesgado: el terreno es difícil de reconocer, los insurgentes se esconden entre la población civil y tienen defensas aéreas.
Escenarios como el de las montañas del sur yemení son la nota dominante en la guerra contra el terrorismo, que cumple ya una década. Ante un enemigo disperso e indefinido, las acciones bélicas tradicionales sirven de poco. Han sido sustituidas por los «ataques selectivos». Es decir, se localiza a un objetivo en una zona concreta, se proyecta un ataque sobre esa zona y se bombardea con la mayor precisión posible.
Los aviones no tripulados (UAV), en inglés conocidos como «drones» («zánganos»), son la herramienta más útil. Aunque la tendencia general es usarlos para misiones de reconocimiento y vigilancia, también se han desarrollado aviones no tripulados de combate (UCAV) desde principios de los 90. El modelo más común es el Predator (en la imagen superior) -que empezó a utilizarse en la guerra de Yugoslavia-, además de su versión mejorada, el Reaper. Este último, una nave de unos 11 metros de largo por 3,6 de ancho, es capaz de volar a 15 kilómetros de altura y a casi 500 km/h de velocidad.
La región de alta montaña del Waziristán, al noroeste de Pakistán, es uno de los campos de batalla habituales de los UCAV estadounidenses. Y el juego de las relaciones oficiales y las relaciones secretas, fundamental para mantener la situación. Según New America Foundation, EE.UU. lanzó 118 ataques con «drones» sobre territorio paquistaní en 2010. En público, el gobierno de Islamabad siempre los ha condenado. Pero en privado la historia cambia. Wikileaks reveló hace unos meses que Pakistán ha llegado a pedir directamente a EE. UU. bombardeos sobre Waziristán, un avispero de talibanes y militantes de Al Qaida que se ocultan entre sus montañas.
Así, la única estrategia posible es la de los ataques selectivos. El problema es que entre los 794 muertos que los misiles de los «drones» dejaron en Pakistán en 2010 había 46 civiles. En 2011 la tendencia continúa.
Los Predator y los Reaper, capaces de permanecer semanas en el aire, suelen utilizar los misiles tierra-aire «Hellfire». Se lanzan, al igual que los misiles de aviones tripulados, mediante un localizador GPS. Por esto mismo, explica Francisco Cesteros, ingeniero electrónico del ICAI, un «drone» tiene las mismas posibilidades de errar su objetivo que un avión tripulado. «Depende de la calidad del sistema GPS, entre otros sistemas de guía. Si el margen de error que te marca el equipo es pequeño, los daños colaterales serán pequeños».
La «deshumanización» de la guerra
Con todo, los ataques con «drones» de combate generan polémica. La ventaja de que se puedan operar cómodamente desde un puesto de mando a miles de kilómetros es obvia: salvan vidas de pilotos. Al igual que en la colmena, los «zánganos» hacen las misiones más ingratas, las más arriesgadas. Pero la desventaja, según el colaborador del Centro de Estudios por la Paz Jordi Calvo, es la «deshumanización» de la guerra: «Al poner tanta distancia entre el que aprieta el gatillo y el que recibe el disparo, puedes conseguir que se llegue a extremos insospechados de matar indiscriminadamente a poblaciones que son solo imágenes en una pantalla», afirma.
A principios de 2009, Marc Garlasco, alto analista militar de Human Rights Watch, denunció que los «drones» del ejército israelí mataron a 87 civiles durante la Operación Plomo Fundido. Fue una de las mayores polémicas que generaron los UCAV, pero aún así Garlasco defendió su uso: «Cuando se utilizan correctamente, los aviones no tripulados y sus misiles de precisión pueden ayudar a un ejército a minimizar las bajas civiles». El representante de la asociación de derechos humanos solo llamó a la responsabilidad de quienes los manejan: «Estos aviones son tan buenos para salvar vidas civiles como lo son aquellos quienes los comandan y operan».
De momento, quienes los comandan y operan son pilotos que han recibido una formación aeronáutica militar. Es decir, pilotos preparados para subirse a un avión de combate tripulado. Cesteros cree que debe seguir siendo así: «Al final, la mano del hombre es lo más importante. La decisión final de atacar o no sigue siendo suya». Por esto mismo, los tripulantes de UCAV están entrenados para situaciones de estrés.
Pequeños vigilantes
Pero los «drones» no se usan solo para atacar. Su principales funciones son el reconocimiento o la vigilancia de zonas concretas. En el primer caso, su uso puede combinarse con el de otras tropas humanas: un pequeño UAV sobrevuela un territorio, obtiene imágenes y transmite una información precisa. Siendo naves de tamaño mucho más discreto que los grandes UCAV como el Predator o el Reaper pueden burlar fácilmente los radares enemigos. La tendencia en el desarrollo de «drones», además, va por esta línea. Actualmente, un «drone» con varios sensores envía información. La intención es que varios «drones» con varios sensores trabajen en conjunto para enviar información mucho más amplia de un terreno.
En cuanto a la función de vigilancia, se trata de un uso que trasciende lo militar. El tráfico de drogas y la inmigración están en el punto de mira de los UAV. España, por ejemplo, ya los ha utilizado para controlar el paso de pateras por el Estrecho de Gibraltar.
Las imágenes en tiempo real que transmite un UAV son ya muy precisas. Por ejemplo, el Ejército de EE. UU. ha desarrollado el sistema Triclops, un sensor triple que puede ser manejado por tres operarios diferentes actuando en conjunto: el piloto del «drone», un soldado en tierra y un operador desde un helicóptero Apache. De este modo, la detección del objetivo es más efectiva.
Pero la banda de transmisión de esas imágenes plantea otro de los inconvenientes del uso de UAV. La tendencia a sustituir el uso de satélites por el de redes privadas lleva implícita la amenaza de la ciberguerra. Según Jordi Calvo, nada nos asegura que los «drones» no puedan ser víctimas de actividades de «hacking» -o de simples fallos informáticos- que hagan que sus operarios pierdan el control de las naves. El Ejército de EE. UU. ya dispone de un comando militar especializado en combatir los ciberataques. La UE también trabaja en su prevención.
En cualquier caso, el futuro de los «zánganos» parece enfocarse más a las misiones de reconocimiento y vigilancia que al combate. Es la idea que impulsó su nacimiento, motivado por la dureza de las fuerzas aéreas de Egipto y Siria en la guerra de Yom Kippur de 1973. Desde su primer gran éxito en 1982, cuando permitieron localizar el emplazamiento de los misiles SAM sirios, no han dejado de evolucionar.
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