Aquí va una recopilación de la cobertura a cuatro manos (junto a Javier Tahiri) que hice para el Diario ABC del FIB 2012. Y unas cuantas fotos, todas ellas propias (sobre estas líneas, una del concierto de Noel Gallagher):
- Crónica del primer día: At the Drive-in, inyección de frenesí en el FIB
Sin embargo, en esta edición el evento será recordado por una inclusión y una ausencia. El polémico añadido es el de David Guetta como cabeza de cartel el domingo y punta del iceberg del nuevo futuro del festival. La falta, la de Florence + The Machine, cabeza de cartel de la noche del jueves que se cayó a 24 horas del concierto a causa de un problema en las cuerdas vocales de su vocalista Florence Welch. La británica no fue la única baja de último minuto, Bat For Lashes también canceló su recital en el escenario Trident Senses. No importó. Los nuevos dueños de las letras grandes en el programa fueron los norteamericanos At The Drive-In, cuyo concierto hizo que pocos echaran de menos a los británicos.
Entre los bártulos de la banda, humeaba una jarra de café. Lo que puede explicar las contorsiones extremas de Cedric Bixler-Zavala, vocalista. Uno de esos músicos que ni dentro ni fuera de las tablas son capaces de estarse quietos. La misma actividad frenética que le lleva a pasarse toda la extensión de sus conciertos saltando, retorciéndose sobre el suelo o arrojándose sobre el público fue la que le llevó a principios de este año a aparcar ligeramente a The Mars Volta para retomar, junto a su inseparable Omar Rodríguez-López (quizá el guitarrista más marciano del mundo) el proyecto que les impulsó a mediados de los noventa. At the Drive-In, uno de esos grupos que marcó la transición del rock “hardcore” hacia el «emocore».
En Benicassim, la recién reunida banda demostró que siguen en plena forma. La energía incontenible de Bixler-Zavala y esa voz chillona que tanto le caracteriza como cantante fue el contrapunto perfecto a los rugidos de Jim Ward. Y a ello hay que sumar letras delirantes, guitarras que plagan los temas de texturas aleatorias, percusiones frenéticas y «riffs» pegadizos basados en los efectos de reverberación y en afinaciones agudas. Una fórmula que brilló especialmente en «Napoleon Solo», un tema hecho para el directo. La máxima de At the Drive-In es más alto, más rápido y más fuerte. Cuanto más, mejor. En Benicassim dejaron claro que, a veces, esa filosofía funciona.
Justo después de que los de Bixler-Zavala tuvieran 45 minutos para llevar la música al límite, De la Soul se conformaron con que el público, que por aquel entonces alcanzaba su mayor afluencia de la jornada, pasase un buen rato. Los veteranos raperos, que siempre han criticado al «gansgta» que se puso de moda a la vez que ellos, siempre han reivindicado ese hip-hop de los ochenta, hedonista, refrescante y fuertemente emparentado con el funk y el jazz. Solo diversión.
Y aunque por momentos, los coqueteos de De la Soul con el público fueron excesivos (demasiadas peticiones de manos arriba y coros a todas las letras), su optimismo surtió efecto y puso a buena parte de la parroquia a mover el cuerpo con todo el «flow» que cada uno pudiese sacar de dentro... con considerable ayuda de los numerosos licores de Baco que pasada la medianoche ya habían rondado por Benicassim. Repasaron desde los temas de sus nuevos álbumes hasta su gran éxito, de los ochenta, «Me, Myself and I», altamente mutado por la improvisación y la agresividad del directo. Funkadelic o los Gorillaz (con los que tienen un par de temas en común) también pasaron por su mesa de mezclas.
Por su parte, The Horrors calentaron el escenario grande a los tejanos At The Drive-In. Sin embargo, su paso fue gélido. Los británicos hicieron gala del sonido post-punk al que han llegado en sus dos últimos discos en los que se basó su repertorio. Sin embargo, los sintetizadores no engañan. Continúan apareciendo como una banda de plástico, a pesar de contar con más contenido que en sus inicios. Pero su recital fue descafeinado y somnoliento, lleno de himnos a medio conseguir como «I Can See Through You» que se quedaban al borde del despegue. Solo su buque insignia «Sea Within A Sea», lleno de guiños al autorritmo de Neu!, pudo rescatar la debacle del grupo. Pero solo fue un fogonazo. En la noche de Benicassim, The Horrors hicieron honor a su nombre.
Poco que ver con la exhibición de psicodelia que dieron a media tarde los sevillanos Pony Bravo. Si bien su energía encuentra su hábitat perfecto en las distancias cortas de las pequeñas salas frente a los grandes espacios de festivales, el grupo desplegó un espectáculo notable. Su mezcla de cantos indios remojados en ácido con místicas letanías se volcaron sobre un público que, extranjero y nacional, celebró la propuesta. Fue el caso de vaporosos mantras como «El guardabosques» o temas más kraut-rock como una «China da miedo» propia de unos Amon Düül II desenfadados. Pony Bravo cumplió con creces su cometido: no hubo un momento de relax durante su actuación. De eso se trata.
Poco que ver con la exhibición de psicodelia que dieron a media tarde los sevillanos Pony Bravo. Si bien su energía encuentra su hábitat perfecto en las distancias cortas de las pequeñas salas frente a los grandes espacios de festivales, el grupo desplegó un espectáculo notable. Su mezcla de cantos indios remojados en ácido con místicas letanías se volcaron sobre un público que, extranjero y nacional, celebró la propuesta. Fue el caso de vaporosos mantras como «El guardabosques» o temas más kraut-rock como una «China da miedo» propia de unos Amon Düül II desenfadados. Pony Bravo cumplió con creces su cometido: no hubo un momento de relax durante su actuación. De eso se trata.
- Crónica del segundo día: Bob Dylan agranda Benicassim
Y en plena noche, apareció. Un anciano despreocupado, ataviado con un chaqué, pantalones tejanos blancos, pajarita y sombrero cordobés. Una mano en el micro y la otra reposando sobre el pecho. Media sonrisa pícara. Escupe versos como ráfagas hasta que suelta el que toda la parroquia ya tiene en los labios: “Tangled un in blue”. Entonces saca la armónica, se retuerce sobre las rodillas y sus pulmones regalan unos segundos de pura magia. A sus 71 años, le basta con eso para comerse un escenario. Cuando uno tiene cerca a Dylan puede llegar a respirar un gramo de su grandeza.
Pero un concierto de la leyenda estadounidense siempre es una incógnita. Puede convertirlo en un trámite y tocar para acabar cuanto antes, o puede tener la noche y regalar un espectáculo inolvidable. En el FIB sucedió, felizmente, lo segundo. Incluso tuvo lugar uno de esos momentos que con el Dylan actual ya resultan memorables: se levantó de los teclados y se echó a hombros una guitarra eléctrica. Sonó “Simple Twist of Fate”. El americano se arrancó con un largo solo aterciopelado.
El repertorio osciló entre temas de menor calado y varios clásicos. “Desolation Row”, “Highway 61 Revisited”, “Ballad of a Thin Man”… La velada arrancó con “Leopard-Skin Pill-Box Hat” y se cerró como tenía que cerrarse. Con “Like a Rolling Stone” como único bis, un tema que la audiencia coreó de principio a fin ante un Dylan cómplice. El gran trovador de siglo XX dejó hora y media de grandeza y se marchó, a seguir rodando. Siempre está ahí, en la carretera, listo para seguir regalando noches. Parece tan natural que el mundo de la música no es consciente del enorme vacío que quedará cuando ya no esté.
Un tifón de energía y rock
Justo antes del de Minnesotta, Miles Kane hizo las delicias del público. Uno de los nombres más prometedores de la actual escena británica, Kane llegó para presentar su último disco, “Colour Of The Shape” (2011), un compendio de pop clásico. Savia nueva que continúa la tradición del pop británico, Kane afirmó a ABC que “echa en falta más rock and roll en los nuevos grupos”. Su concierto de ayer por la tarde pareció verificarlo a base de guitarrazos y pop.
A pesar de la difícil papeleta de tocar antes que el maestro, Kane no defraudó a los miles de compatriotas que se congregaron para verle. Su concierto fue un tifón de energía que asoló Benicassim a base de aullidos, guitarras llenas de brío y melodías de primera. Kane se desgañitaba en cada nota y el repertorio que conformó fue consistente, repleto de himnos hechos para ser coreados en la grada como “Counting The Days”, “Quicksand” o “Better Left Invisible”. Para el final, se guardó la joya de la corona, la aclamada “Come Closer”. Júbilo entre las filas. Desde el principio, Kane llegó y se ganó a la audiencia en un abrir y cerrar de ojos. Ya no la soltó.
Para cerrar una jornada redonda, a medianoche aparecieron Bombay Bicycle Club sobre el escenario grande. Lo hicieron, eso sí, con quince minutos de retraso y con estupor entre el público. En breves minutos se encargaron de disipar las dudas. Poco conocidos aquí pero con cientos de seguidores británicos llenando el aforo del festival, el grupo disparó su coctel de pop épico aderezado de explosiones eléctricas y presentó su último disco “A Different Kind Of Fix” (2011).
Liderados por su cantante Jack Steadman, el grupo sonó como una maquinaria. La precisión la aportó su batería, Suren de Saram, que se encargó de ametrellear redobles, tirados uno tras otro hacia la grada, para regocijo del público. Temas como “Open House”, o “Leave It” fueron encadenándose hasta que apareció la guinda del pastel, “Always Like This”. De esta forma, la segunda jornada del FIB acabó por todo lo alto, a expensas de que el sábado se confirme el buen estado de forma del festival. Noel Gallagher y, sobre todo, The Stone Roses se encargarán de ello.
- Crónica del tercer día: The Stone Roses, un karaoke sin alma
El caso más claro de hermanamiento entre público y artista más allá de todo límite fue The Stone Roses. La guinda del pastel, los más esperados del festival más de quince años después de su separación.. Suyo fue el recital más seguido de toda esta edición. Desde la primera mirada altiva que lanzó Ian Brown al respetable, el partido estaba ganado de antemano. El público se entregó sin condiciones y el concierto se convirtió en un karaoke sin garra, en el que lo importante era corear las canciones, sin más. Porque la banda no estuvo a la altura de este júbilo. La chispa no se encendió, por mucho que contase con un colchón de primera, capaz de amortiguar todas sus carencias mediante grandes éxitos de la talla de “I Wanna Be Adored” o “Fool’s Gold”, que fueron aclamadas a rabiar. La magia no era tal pero bajo el embrujo de la nostalgia nadie quería que la música dejara de sonar.
Espoleados por este entusiasmo poco a poco el grupo entró en calor y fue recordando viejos trucos. Para el final hubo algo cercano a la emoción en esa seguidilla de clásicos que enlazó “Made Of Stone”, “This Is The One”, “She Bangs The Drums” y una “I Am The Resurrection” que estiró la ilusión hasta el infinito, cerrando el recital entre abrazos de los cuatro miembros. La imagen fue todo un espejismo. El de The Stone Roses fue un recital sin alma en el que la música fue lo de menos. Solo hubo melancolía.
Cartel de veteranos
Los de Ian Brown no fueron los únicos veteranos. La jornada de ayer replegó un plantel de valores seguros al frente de multitudes de quinceañeros. Todo un asiduo de Benicassim, aunque por primera vez sin Oasis, Noel Gallagher presentó su primer disco en solitario, “Noel Gallagher's High Flying Birds”. El británico comenzó tal y como lo ha hecho en cada concierto de su última gira, con “(It’s Good) To Be Free”, una declaración de intenciones con marca Oasis. Solo con ese recurso activó un resorte entre la masa que entró de lleno en el redil del británico. Lejos del artificio y la sobreproducción que puebla su último trabajo, las canciones del británico sonaron más desnudas y naturales que en estudio. Con dos guitarras y ocasionales teclados de music-hall como único acompañamiento. Mejor que nunca.
Así, el grito exhalado de “Everybody’s On The Run” o la certera “The Death Of You And Me”, conformaron dos de las principales balas que el británico disparó. No fueron las únicas. La intensidad de una multiplicada por diez “I Wanna Live In A Dream (With My Record Machine)” y, sobre todo, una “Don’t Look Back In Anger” coreada hasta la extenuación fueron los dos grandes ases del recital. El británico incluso entendió la conexión con Manchester y dedicó “Talk Tonight” a los seguidores de su ciudad. La transformación entre Benicassim y Manchester, a un día de que otros paisanos como New Order también encabezaran el cartel del festival, se había completado.
Entre las letras más pequeñas del cartel también desfilaron auténticos perros viejos de la música. Entre ellos figuró Robyn Hitchcock que junto a The Venus 3, comenzó su concierto con ese cruce de carreteras perfecto entre Lou Reed y el power-pop llamado “Kingdom Of Love”, rescatado de su celebérrimo “Underwater Moonlight” (1980). Guitarras retorcidas al borde del abismo se mezclaban con la artesanía pop del británico para deleite de una audiencia reducida. La mezcla fue redonda. Más tarde y cargados de revoluciones aparecieron los incombustibles Buzzcocks, que en su recital volcaron todo su arsenal de crujientes guitarras y armonías pop de primera división con una energía que llamaba al contagio. Esa oda al incormismo llamada “Why Can’t I Touch It” y la carrerade guitarras punk de “Even Fallen In Love” fueron los grandes argumentos de un grupo frenético, por el que no pasaron los años a tenor de la exhibición que dieron anoche. Nada fácil, Buzzcocks superaron a la nostalgia. No todos lo lograron.
- Crónica del cuarto día: New Order humaniza la máquina
Antes de que los de Bernard Sumner salieran al escenario grande, los británicos The Vaccines, señalados por muchos como el nuevo hype de la escena británica, demostraron que, al menos en directo, deben ser tomados en consideración. Un recital sin hilacha, de puro rock and roll. De pogo y guitarras. Trallazos como su gran presentación “If You Wanna” o “Bad Mood”, nuevo tema, cayeron con estrépito entre el respetable. El aprobado estuvo asegurado.
Y entonces llegaron. La banda de Manchester paseó por Benicassim su genuino sabor ochentero. Sobre un escenario por donde han pasado tantas bandas indie que reivindican un revival del post-punk, que los inventores del género tocasen allí supuso un justo tributo. Y aunque la carrera de New Order se ha ido distanciando de lo que fue Joy Division a finales de los setenta, el espíritu de Ian Curtis planeó por una noche sobre el Mediterráneo cuando, en el único bis, los de Bernard Sumner cerraron el recital con la celebradísima “Love Will Tear Us Apart”. Uno de los momentos cumbre de este FIB.
Antes, New Order se limitó a sacar a pasear la lustrosa ristra de buenos “singles” que arrastra. El primer trallazo, tras un comienzo bastante marcado por las cuerdas, fue “Ceremony”. En ella fue donde los dos guitarristas dejaron salir el duende. Sonaron otros éxitos con pegada de la etapa inmediatamente posterior a Joy Division, como “Age of Consent”, una “Temptation” que alcanzó momentos de genialidad gracias a las artes de Gillian Gilbert (que retoma los escenarios diez años después) sobre los teclados. Y “Blue Monday”, ese prodigio de la percusión con unos ritmos que se meten hasta el tuétano.
También hubo espacio para clásicos de las pistas de mediados de los ochenta, la versión más hedonista de New Order. Ahí la pegadiza “Bizarre Love Triangle” fue la joya de la corona. A los británicos les dio de sobra con confiar en la calidad de sus canciones para ofrecer un recital memorable. Faltaron, eso sí, temas con sello de “Technique”, su disco más aclamado, o las características líneas de bajo de Peter Hook, que ha decidido hacer la guerra por su cuenta. Pero aún sin él, los herederos de Joy Division siguen siendo la faceta con más alma de la electrónica.
Su sucesor en el escenario fue más descarnado. Treinta minutos fueron los que separaron a David Guetta de una “Love Will Tear Us Apart” dedicada a un Ian Curtis que el domingo hubiese cumplido 56 años de haber seguido con vida. Hay distancias que el tiempo nunca sabrá medir. Así, el DJ galo subió al estrado y comenzó con “Titanium” frente a una audiencia enloquecida. Y entonces se desencadenó un videojuego de luces y música con “Game Over” anticipado. Es innegable la capacidad de Guetta para atraer público a su alrededor. Pero lo más parecido a la música en vivo que se presenció en el escenario grande fue cuando el francés, ocasionalmente, se subía a su altar y pisaba un interruptor con su zapato mientras jaleaba al público.
Todo un flautista de Hamelín posmoderno, la visión de Guetta parapetado en su jaula de luces ante un auditorio rendido y semidesnudo recordaba a la del protagonista de “El Perfume” al descubrir la esencia perdida. Solo que, en el caso del francés, el frasco estaba vacío. Para la omnipresente y archirepetida “When Love Takes Over” la masa ya estaba entregada y exhausta. Bajo las luces apareció la realidad. Un concierto de un DJ como Guetta había reunido a una audiencia semejante a cualquier cabeza de cartel de un festival como Benicassim. El nuevo orden asusta.
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