lunes, 25 de abril de 2011

Marinaleda es de todos

Peculiar reducto comunista desde hace 30 años, Marinaleda es una de las mayores curiosidades políticas de España. Este pueblo andaluz vota masivamente al mismo alcalde, Juan Manuel Sánchez Gordillo, elección tras elección y todo lo decide de forma asamblearia

Publicado en FronteraD: Leer

lunes, 11 de abril de 2011

Ai Weiwei, un artista bicéfalo


Weiwei, en su estudio de Pekín en 2009. Foto de Frederic J. Brown(AFP)


Ai Weiwei, recientemente detenido, es el gran artista chino contemporáneo. Combina su estilo vanguardista con un compromiso político que le viene de familia

Ai Qing está hoy considerado uno de los poetas chinos más influyentes del siglo XX. En 1957, el régimen de Mao, en plena paranoia antiderechista, lo consideró sospechoso de ideas revisionistas y fue empujado al exilio en Xianjiang, la provincia musulmana históricamente discriminada.

Qing pasó años condenado a limpiar letrinas, mientras que su familia se vio condenada a la marginación social. Uno de los primeros recuerdos de su hijo -narrado en el documental «China rises»- es ver aparecer a su padre en casa completamente negro. Unos soldados de la Guardia Roja le habían arrojado sobre la cabeza un bote de pintura.

Su hijo es Ai Weiwei, el artista chino que lleva en paradero desconocido desde el pasado 3 de abril, cuando la policía china lo detuvo en el aeropuerto de Pekín.
Con su padre Weiwei comparte una naturaleza bicéfala: por un lado artista conceptual, influido por las vanguardias europeas y el «pop art». Por otro, un artista social con inquietudes políticas.

Weiwei vanguardista
Weiwei pasó doce años en Estados Unidos, entre 1981 y 1993. Allí conoció la obra de artistas como Andy Warhol -con el que se le compara despectivamente en China- o Jasper Johns. Pero la gran influencia que descubrió fue la de Marcel Duchamp.

No es casualidad que el artista francés cautivase a un Weiwei ya experimentado en la técnica y de mentalidad rupturista -en 1979 fundó en Pekín el colectivo «Stars», que pregonaba el indivudialismo en la creación artística-. Lo único que le faltaba a Weiwei es lo que encontró en Duchamp: una inteligencia imprescindible para no cruzar la delgada línea que separa en el arte contemporáneo la genialidad de la simple provocación.

Duchamp fue un rupturista radical en una época -la antesala de la Gran Guerra- donde toda una civilización estaba cambiando desde sus cimientos. El francés se lanzó con entuasiasmo a derribar esos cimientos en el arte. Su famoso urinario era un desafío a la belleza y la armonía que pregonaba el arte clásico. Una celebración de lo cotidiano e incluso lo feo, que solo por el hecho de exponerse en un museo se convertía también en obra de arte.

El joven Weiwei vio desde el otro lado del mundo como China, al igual que la Europa previa a la guerra, se dirigía hacia un gran cambio. En 1989, cuando los tanques entraron en la plaza de Tiananmen, aún vivía en Nueva York.

Tras volver a su país, Weiwei siguió el camino de Duchamp. En 1995 produjo una de sus obras más emblemáticas: un tríptico fotográfico que le retrataba rompiendo contra el suelo un jarrón de la dinastía Han de más de 2.000 años de antigüedad. El mensaje estaba claro: la ruptura con el pasado y la destrucción de las tradiciones, imprescindible para que cualquier cultura pueda seguir evolucionando.

Pero Weiwei no se limitó, como sí hizo Duchamp, a producir obras que reflexionaran sobre el propio mundo del arte. Amplió su mensaje a la política.

Así, en 1993, recién vuelto de Estados Unidos, hizo su particular homenaje a las víctimas de la matanza de Tiananmen. Fotografió a su mano sacándole un corte de mangas a la plaza. Su dedo corazón apuntaba a la puerta de Zhengyangmen, por la que el emperador entraba y salía de palacio.

Este rechazo al poder de las antiguas dinastías no era, sin embargo, tan peligroso como el que expresó en otra obra de 1993: una fotografía de su mujer en Tiananmen, levantándose la falda ante un retrato de Mao.

La inconoclastia de Weiwei, sin embargo, no llamó demasiado la atención de las autoridades chinas hasta que empezó a hacerse conocida. Esto sucedió en la exposición «Fuck off», que Weiwei organizó en 2000 junto a otros artistas chinos para la Tercera Bienal de Shanghái. Allí, el artista expuso una serie de fotos de cortes de manga como el de Tiananmen realizados en la Casa Blanca de Washington o en la Ciudad Prohibida de Pekín. La policía de Shanghái cerró la exposición.
Weiwei, ya afamado, se volvió hacia un arte más puro y empezó a expresar sus críticas directamente y no a través de sus obras.

Se interesó por la arquitectura, con la que experimentó diseñando sus propios estudios en Pekín y Shanghái. Y así completó su obra magna: el estadio «Nido del Pájaro», la sede oficial de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, que diseñó junto a los arquitectos suizos Herzog y De Meuron. En él, combinó las tendencias de la arquitectura experimental de los 70 con las formas orgánicas típicas de Gaudí.

Pero finalmente, Weiwei quedó decepcionado con el uso propagandístico que se le dio al «Nido del Pájaro», y se negó a asistir a la ceremonia inaugural de los Juegos. Ahí comenzó su militancia política más problemática.

El 12 de mayo de 2008, un terremoto sacudió a la provincia de Sichuan, en el suroeste de China. Entre los casi 70.000 muertos -cifra del gobierno chino- había un elevado número de estudiantes, cuyas escuelas derribó el seísmo. Los familiares pidieron al gobierno una investigación, ya que sospechaban que la mala calidad de las construcciones había permitido que las escuelas se viniesen abajo con facilidad.

Weiwei político
Poco antes del aniversario del terremoto en 2009, los familiares formaron un grupo de protesta que pedía al gobierno una cifra oficial de los estudiantes que murieron y detalles sobre la construcción de las escuelas. Este tipo de luchas en la China rural entre ciudadanos y autoridades son comunes, pero a las familias de Sichuan se unió un líder inesperado: Ai Weiwei, que quería batallar contra los abusos del poder y la burocracia que enterraba los asuntos incómodos.

El gobierno les concedió una cifra oficial de estudiantes fallecidos: 5.335. Para Weiwei no fue suficiente. Decidió seguir investigando, recopilar nombres de los escolares muertos y detalles de su situación. Pidió además un estudio científico sobre las construcciones.

Weiwei y sus voluntarios consiguieron hacer ruido. Medios internacionales recogieron la noticia. Lo que se tradujo en encarcelamientos temporales de unos veinte miembros del grupo.

En marzo fue detenido Tan Zuoren, un ecologista de 55 años que había elaborado su propia lista de estudiantes muertos. Su caso terminó en los tribunales, que lo condenaron a cinco años de cárcel por un delito de «incitar a la subversión contra el poder del estado». Un delito fabricado a medida por el gobierno chino, que tiene control sobre el poder judicial.

Weiwei habló a favor de Zuoren en el juicio. Gracias a él, Amnistía Internacional publicó el caso, que generó movimientos de protesta en Sichuan y fue recogido en medios internacionales. Esta vez, el artista había hecho demasiado ruido.

En agosto de 2009, varios policías entraron a la fuerza en su casa y le golpearon. Weiwei aseguró que fue por su apoyo a Zuoren, pero el gobierno chino lo negó todo. El artista no dio mucha importancia a los daños físicos que sufrió. Pero un mes después, mientras presentaba una exposición en Alemania, sufrió un derrame cerebral y pasó por el quirófano.

Ahora, año y medio después, Weiwei está detenido acusado de unos delitos económicos no especificados. Mientras tanto, la Tate Modern de Londres sigue ofreciendo su última exposición, «Semillas de girasol». Se trata de una sala alfombrada por un millón de semillas artificiales de porcelana, pintadas a mano una a una por artesanos chinos. Según explicó Weiwei, simbolizan la individualidad entre lo aparentemente uniforme. Cada semilla es única.

Es una metáfora de toda la obra de AI Weiwei. Un reivindicador de la individualidad y la libertad personal -su gran mensaje político- y de la belleza de lo cotidiano -su influencia vanguardista-, en este caso algo tan prosaico como unas semillas de girasol. Un diletante del siglo XXI, que finalmente, al igual que su padre, ha tenido un encontronazo con el poder al que lleva años cuestionando.




Dos niñas juegan en la instalación «Semillas de girasol» de la galería Tate. Foto de Fiona Hanson (PA)






El "Nido del Pájaro". Foto de Amir Eltaham