lunes, 24 de marzo de 2014

Crítica: "Sacrificio", de Andrei Tarkovski


Publicada en El Antepenúltimo Mohicano

Con su testamento fílmico Sacrificio, Andréi Tarkovski retomó el camino por el que había transitado en obras como El espejoNostalgia y, de forma más explícita, Andrei Rublev. El hermanamiento del cine con el mundo del arte. La superación de ciertos dogmas cinematográficos como forma de abrir sus películas hacia un mundo de resonancias poéticas, libres de los límites narrativos clásicos. El maestro ruso pertenece a esa reducida estirpe de cineastas que generan casi más interés en los estudiosos de arte que en los cinéfilos. Quizá por el valor pictórico de sus largos encuadres, por su forma de contar emociones mediante los contrastes entre luces y sombras, o por el fuerte peso que tienen ciertas tradiciones del arte cristiano en sus imágenes. Sacrificio funciona en este aspecto, como veremos un poco más adelante, mediante su recurrencia a obras de Da Vinci y Bach para subrayar sus inquietudes temáticas. Pero también conecta con la poesía de místicos “extremos” como San Juan de la Cruz, por su forma de buscar la salvación espiritual de sus personajes llevando al límite sus vidas, obligándoles a “perderse a sí mismos” para volver a encontrarse. Tarkovski recurre nada menos que a un argumento apocalíptico. Alexander, su protagonista, se encuentra celebrando su cumpleaños con su familia y unos pocos amigos en una remota isla sueca, cuando irrumpe en escena el estruendo de una escuadrilla de aviones. Y poco después, la televisión anuncia una Tercera Guerra Mundial que puede acabar con el mundo. Alexander, al que en los primeros compases hemos visto expresar sus inquietudes por una humanidad que ha perdido su espiritualidad, ofrece entonces el sacrificio que da título al filme. Le pide a Dios que salve a mundo de los horrores que se anuncian, prometiéndole a cambio la renuncia a todo lo que posee: casa, afectos y familia.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Crítica: "Las aventuras de Peabody y Sherman"


Canis universalis
Publicada en El Antepenúltimo Mohicano

A muchos, el nombre del Señor Peabody les sonará de aquel especial de Halloween en el que Homer Simpson viajaba en el tiempo con una tostadora. El personaje en cuestión, un perro gafotas acompañado de un niño pelirrojo igualmente gafotas, aparecía en mitad de uno de los viajes temporales de Homer, a modo de homenaje de Matt Groening a las aventuras animadas del Señor Peabody, una de sus fuentes de inspiración en sus comienzos. De hecho, es muy probable que la mayoría del público sólo conozca al cánido en cuestión por el guiño, y no por su producto original. No en vano, éste ha permanecido cincuenta años acumulando polvo y olvido en un viejo baúl. Desde 1964, el último año de emisión de la serie animada de variedades El show de Rocky y Bullwinkle, de la que el Señor Peabody constituía uno de sus personajes invitados más recurrentes. La serie se mantuvo cinco años en antena en Estados Unidos, pero nunca fue un hit. Lo que no le ha impedido ejercer una gran influencia sobre grandes animadores posteriores, como evidencia ese pequeño tributo de Groening. El personaje resulta, cuando menos, exótico. Un perro superdotado que se construye una máquina del tiempo y se dedica a visitar, junto a su hijo adoptivo Sherman (un niño humano adoptado por un perro), lugares y personajes históricos. El Señor Peabody es un trasunto canino del homo universalis, el Hombre Renacentista. Además de inventor, está versado en artes, letras, ciencias, cocina, negocios y deportes. Y fue ganador de un Premio Nobel y dos medallas olímpicas. Lo que lo convierte en todo un reivindicador de la dignidad perruna frente a las Lassies sumisas a los humanos del mundo.